De las tumbas quiero irme, no sé cuándo pasará
A Filolao, el primer pitagórico que dejó algo escrito, se le atribuye la audacia de afirmar que la tierra no está en el centro del cosmos.
A Filolao, el primer pitagórico que dejó algo escrito, se le atribuye la audacia de afirmar que la tierra no está en el centro del cosmos.
En un mundo erizado de prisiones
sólo las nubes arden siempre libres
José Emilio Pacheco
El filósofo nacido en la Magna Grecia –posiblemente en Crotona– sostuvo que nuestra existencia se desarrolla en una prisión perpetua. Condenada por sus faltas, el alma se encuentra enterrada en la tumba del cuerpo y, por lo tanto, estaría constreñida en la prisión de carne y tendones que la retiene. De esta manera, Filolao considera que el cuerpo es la cárcel del alma y, de este modo, que la vida es un estado de continuo confinamiento. Posiblemente, su propuesta también tiene que ver con un juego semántico en griego antiguo en donde sólo por una letra se pasa de la palabra “cuerpo” (σῶμα) a “límite” (σῆμα).
Sea como fuere, la osadía de Filolao radica en dejarnos ver la ausencia de libertad en esto que llamamos vida. El centro, ya no del universo sino de la existencia, reposa bajo la premisa carcelaria de una muerte que nos engaña. En ese sentido, lejos de ser el final, la muerte es el fuego sobre el que orbita nuestra vida. Ya el mismo Platón plantea la discusión sobre el hecho de que a lo mejor en realidad todos nosotros estamos muertos (Plat. Gorg. 493a-b) y lo que entendemos por vida es el resultado final de otro proceso anterior.
El reto ante el engaño de estar vivo consiste en desafiar la linealidad del tiempo. No somos nunca tan importantes frente al efímero vaivén de la existencia. La fragilidad irrefrenable de estar condenados al paso incorruptible de las horas nos pone a girar en torno al cambio constante de las cosas. No somos, sino que devenimos. En todo caso, las fracciones del tiempo en los arrecifes de instantes, redes de espuma, hacen posible tener siempre presente que las nubes duran porque se deshacen. Su materia es la ausencia y dan la vida.