Oinopaponton

Hay ocasiones en las que una dieta exige ingerir distancias, puñados de sombras, frutas en conserva. En otras, obliga a evitar a toda costa los productos enlatados, los edulcorantes y los trozos de orgullo. Sin embargo, llegado el caso, un buen plan nutricional tiene que ir acompañado de generosas porciones de apio y de laurel, en todas sus preparaciones.

Nos cuenta Plutarco que, en la Batalla de Crimiso, Timoleón y su ejército se toparon con mulas que transportaban apio, y lo interpretaron como un mal presagio, porque les hizo pensar en la tradición de coronar a los muertos con este vegetal. Timoleón, en aras de cambiar la mentalidad de sus soldados, les recordó que en los Juegos Ístmicos se coronaba a los vencedores con apio y que la señal no era de muerte sino de victoria, cuestión que terminó siendo verdad, una vez que las tropas griegas derrotaran a las cartaginesas. 

Ahora bien, ¿qué sucede con los laureles? Bueno, casi que sin miedo a equivocarme, diría que ocurre una situación alimenticia similar; es decir, una victoria frente al olvido, frente al miedo de la muerte. En la época grecorromana, la corona de laureles se le entregaba a los deportistas y poetas reconocidos por su destreza y rendimiento. Con un eco mitológico en Apolo y Dafne, laurear implicaba una distinción para aquellos que iban más allá de los límites humanos establecidos por la efímera existencia. Ya lo advertían algunos de los mejores, sino los mejores, versos de la lengua española, compuestos por el peruanísimo César Vallejo: Quiero escribir, pero me sale espuma, / quiero decir muchísimo y me atollo; / no hay cifra hablada que no sea suma, no hay pirámide escrita, sin cogollo. / Quiero escribir, pero me siento puma; / quiero laurearme pero me encebollo.

Sin duda, en la dietética de la vida, aunque Neruda consagre a las cebollas, es mejor atiborrarse de laureles y de apios, como quien se nutre de victorias y recuerdos. Por eso, ante el terrible óxido del olvido, vámonos, pues, por eso, a comer yerba, / vámonos a beber lo ya bebido para abrirle el apetito a nuestra alma melancólica en conserva.

Sebastián Uribe Rodríguez

suriber@oinopaponton.com