El sinfín del infinito
Anaximandro de Mileto fue uno de los primeros filósofos en proponer que la totalidad y su causa es algo indefinido, inabarcable o infinito. El milesio denominó este principio como “τò ἄπειρον” (to apeiron). A lo largo de la tradición se ha equiparado esta palabra con la idea de un infinito, es decir, de un lugar sin límites. En ese sentido, la traducción parece dar cuenta de un espacio ilimitado e indefinido en el que estamos inmersos. No obstante, en griego antiguo, el vocablo tiene una dimensión mucho más profunda, la cual tiene que ver con la capacidad del ser humano para poder comprender. No estaríamos, entonces, sólo frente a la disposición espacial imposible de medir y cuantificar, sino que tenemos delante a la noción que nos remite a algo imposible de experimentar.
Entonces ¿Cómo podemos entender el “τò ἄπειρον” de Anaximandro? A primera vista, podríamos pensar que ‘infinito’ puede ser una buena correspondencia para este término. Infinito proviene del latín “in – finitus”, que está conformado por el prefijo privativo “in” y el adjetivo “finitus”, cuyo significado etimológico no es otro sino algo que no tiene fin o límite, algo que no termina. Lo que pensamos del sinfín del infinito lo expresamos temporalmente: como la idea de Dios o la idea de los ciclos eternos en el hinduismo, espacialmente: como el tamaño del universo, matemáticamente: como un número irracional o metafóricamente: como una reunión que nos parece interminable de la cual queremos salir pronto por lo aburrida que nos resulta. Por eso, hemos entendido por infinito como algo que no tiene fin. Sin embargo, nosotros debemos preguntarnos si es esta la misma idea que Anaximandro tenía sobre el “τò ἄπειρον”.
Para comenzar, abordamos el problema etimológicamente. La palabra ἄπειρον (apeiron) proviene de “ἀπειρέσιος” (apeiresios), que se conforma por la “α” privativa y el adjetivo derivado del verbo “πείρω” (peiro), el cual significa atravesar o experimentar. Entonces, “ἄπειρον”, en sentido estricto, vendría siendo algo que no se puede abarcar o atravesar. Por lo tanto, en griego no restringe su uso al matiz de magnitud que tiene la palabra “infinito”. Si pensamos en la Vía Láctea, sabemos que ahora mismo podemos cuantificar su magnitud, sin embargo, es inabarcable para nuestra tecnología, no podemos atravesarla de cabo a rabo, por ende, la Vía Láctea es inabarcable, pero no por ello infinita. ‘Infinito’ entonces tergiversa el significado de “τò ἄπειρον ”.
El uso que posteriormente Melisso de Samos, filósofo discípulo de Parménides, hace del “ἄπειρον” en uno de sus fragmentos puede darnos luces de lo que se pensaba sobre este. El pensador samio expresa que el cosmos es ἄπειρον en magnitud (μεγεθος). Para explicar una dimensión del cosmos hace uso de la palabra “μεγεθος” para especificar que se refiere al límite del ἄπειρον. Esto podría llevarnos a conjeturar que la cualidad del ἄπειρον en la época de Anaximandro no tenía implícita una magnitud espacial.
Encontramos otra interpretación en las ediciones de Loeb Classical Library de Harvard y Alberto Bernabé, quienes se decantan por la idea de undefeined, que significa lo que no está definido o limitado con precisión, si bien no hace referencia a una magnitud, sino más bien a una conceptualización. Una mesa es algo definido en una imagen, el amor no lo es; podemos cuantificar los litros del mar y ver desde su espacio su límite, pero nuestra visión desde una playa es la de un mar indefinido o indeterminado. Habíamos expuesto la etimología de la palabra “ἄπειρον ” como lo que no se puede atravesar, pero también podemos pensarlo como lo que no se puede experimentar. Encontramos dos “ἀπειρέσιος” en griego antiguo: uno relacionado con el verbo “πείρω” (peiro), lo que se experimenta, y otro que proviene del verbo “πειράω”, equiparado a la magnitud. Ambos verbos provienen de la raíz indoeuropea per-yǝ*, la cual se relaciona con el concepto de atravesar, intentar o probar (Chanttraine, 870; Lampe, 1055; Frisk, 489-490). En español la palabra experimentar conserva esta raíz del indoeuropeo en su segunda sílaba.
Sabemos que no podemos atravesar algo indefinido, pero sí experimentarlo. El sentimiento de lo sublime al escuchar una pieza musical es algo que no podemos definir exactamente, como sí podemos hacerlo con nuestro concepto de mesa, sin embargo, aún el primero podemos experimentarlo. Así mismo, la experiencia mística no se puede delimitar o definir, pero se puede experimentar. En gramática muchos, muchas es indeterminado, pero experimentable. Si se sigue esta idea, hay un cambio sustancial en la forma en la que se comprende el pensamiento de Anaximandro. La idea del “ἄπειρον” como un infinito nos lleva a pensar en un principio que no se puede medir, pero que quizás pueda ser experimentado. Mientras que la idea del “ἄπειρον” como una totalidad indefinida nos sugiere algo experimentable, no cuantificable, ni con una descripción exacta.
¿Es, entonces, el “ἄπειρον ” ese algo sin medida, ni concepto y totalmente incomprensible pues no lo podemos experimentar? ¿Inaugura Anaximandro con este principio la corriente de pensamiento que desde Heráclito hasta Demócrito nos advierte que nuestros sentidos nos engañan y que el humano no puede comprender la totalidad? Sin embargo, aún cuando esta sea incomprensible, podemos seguir escrutándola, pues “sí, son millones de estrellas. Y millones de estrellas son dos ojos que las miran” (A. Porchia).