Los blancos son señuelos
que engañan a las flechas
y también al arquero
Roberto Juarroz
La muerte de Heráclito es un misterio conservado por pocos testimonios. Eso sí, todos coinciden, en última instancia, en que la enfermedad que lo llevó a su fin fue una suerte de hidropesía. Resulta mucho más intrigante si tenemos en cuenta que Heráclito, filósofo que postulaba el fuego como el componente de todas las cosas habidas y por haber, cayó enfermo a causa de un exceso de agua en su organismo. Ante esta situación, decidió a toda costa convertir su lluvia torrencial en sequía y no encontró otra solución que cubrirse de estiércol, según coinciden todas las fuentes antiguas. No es posible bañarse en el mismo río dos veces y, sin lugar a duda, es necesario añadir que en vida no es posible bañarse dos veces en el mismo excremento. Aunque no es del todo clara la escena de su muerte, esta ocurrió mientras varios espectadores ajenos al filósofo presenciaban el espectáculo. Heráclito se quita la vida al cubrirse por completo en heces, posiblemente de animal –o bueno, eso me gustaría pensar para hacer su muerte menos violenta –.
Este espectáculo –y me refiero al sentido más literal de la palabra, es decir, aquel evento con espectadores– de un filósofo que se quita la vida frente a un público tuvo eco en la Grecia antigua. Otro caso también particular es el de Sócrates, a quien, tras las acusaciones en su contra por corromper a la juventud, se le sentencia a muerte. El castigo que se le impuso consistió en que él mismo ingiriera cicuta, veneno que poco a poco fue paralizando su cuerpo. Inundado por el tósigo líquido, le dijo a Critón, que estaba presente en medio de otros amigos y amantes de Sócrates, que debían pagarle a Asclepio el gallo que le debían. Tras estas últimas palabras, fallece entumecido.
Tanto Heráclito como Sócrates perecen por el exceso de líquido en su cuerpo. Uno sucumbe por el agua, el otro, por la cicuta; ambos, ahogados por el río imparable de la vida. Lo importante es la doble dirección del movimiento, el recorrido que se hace con el fluir de la existencia. La esencia de la vida se asemeja al destino de las flechas: volar y no clavarse. La lengua griega, maestra en los detalles, nos deja una perla: un simple cambio de acento diferenciaba la palabra arco de la palabra vida. Por eso hay que tener mucho cuidado con los destinos: los blancos son señuelos/ que engañan a las flechas/ y también al arco y al arquero.