Luego de que el Tiburón de Baltimore, Michael Phelps, hiciera repetir hasta el cansancio el himno de Estados Unidos en el podio de los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, es imposible pensar en la natación sin que aparezca su nombre. La implacable hazaña tenía, además, el mérito de haber dominado los cuatro estilos: mariposa, libre, pecho o braza y espalda. Si bien es cierto que esta es una proeza que parece casi imposible de repetir, me hace pensar en un estilo de natación que, por lo poco ortodoxo, no suele asociarse con la grandeza: el nadadito de perro.
Nos cuenta Plutarco, en su biografía de Temístocles que, a finales del verano del 480 a.C., Atenas estaba conmocionada por la magnitud de la batalla que estaba a punto de enfrentar. Fruto de la inminente derrota y de la gran masacre que preveían sus ciudadanos, la polis se convirtió en un parpadeo de abrazos que despedía a los hombres que se alistaban para la guerra.
Las mujeres y los ancianos lloraban desconsolados por el destino de los hombres que eran enviados a una muerte inminente. Llegó a tal punto el nivel de estremecimiento que, según nos cuenta Plutarco, incluso los animales que vivían con los atenienses lloriqueaban mientras los acompañaban a embarcar. Entre la tristeza de los animales, sobresalían los ladridos de los perros, y entre los canes, se destacó el perro de Jantipo, padre del célebre Pericles. Jantipo, en ese momento, tuvo a su cargo la importante labor de encabezar la flota ateniense que combatió contra el ejército de Jerjes. Mientras él embarcaba, su perro no pudo aguantar la pena de su ausencia y se arrojó al mar. Según nos cuenta Plutarco, acompañó el trirreme de Jantipo hasta llegar al campo de batalla, y allí, extenuado, luego de efectuar implacable su estilo de natación hasta que encallaron las naves atenienses, murió en el mar de color vino.
No sólo Plutarco sino también Eliano cuentan que existe una lápida con la inscripción “Κυνὸς” -que traduce “Perro”, en griego antiguo- en donde yace su tumba (Plut. Vit. Them. 10.8.1-10.7). Este homenaje se queda corto en reconocer la virtud de un estilo de natación en el que se puede ver, modificando un poco el aforismo de Nicolás Gómez Dávila, que a lo mejor es la vida el relámpago irrisorio del contacto entre el deseo y la nostalgia.
Sebastián Uribe Rodríguez